He de decir que mis inicios en las dos ruedas fueron duros. Desde que era pequeña la figura paterna siempre estuvo allí, advirtiéndome de los peligros de la velocidad y de la pérdida del equilibrio, contando las caídas con su vespa cuando era joven. En resumen, cortándome las alas y creando una aversión por subir a una moto, hasta tal punto que mi primera experiencia montando en moto fue un “agarrarse bien para no caerse” tanto que casi parto por la mitad al piloto con mis bracitos de 10 años. No volví a subir en una moto hasta dos décadas después.
Sin embargo, en parado, las motos (especialmente las custom) me fascinaban. Los cromados, los detalles, el sonido del motor…especialmente el sonido Harley. Ufff! En mi adolescencia solía soñar con mis amigos, que “si nos tocara la lotería….” cada uno tendría una Harley. Visto desde la perspectiva del tiempo, es algo ridículo porque ninguno de esos amigos tenía moto, pero ¿quién le puede decir a alguien con esa edad que no sueñe?. Yo, por mis inseguridades y miedos, no me sentía capaz de llevar una Harley; tan grande, tan potente, tan maravillosa….Tímidamente, decía: “Yo me conformaría con tener una Honda Rebel Roja”.
Nada que ver con las moteras "de pura cepa" que seguramente se aproximarían al anuncio:
No hay comentarios:
Publicar un comentario